Eso del 24/7, por lena{DR}

Dentro de poco más de un mes se celebrará el Día Internacional del BDSM, el «24/7». Si nada lo impide, publicaremos algo al respecto según se acerque la fecha. Mientras tanto, les dejamos un interesante documento acerca de la experiencia del «24/7», concretamente, las dudas y las reflexiones que pueden rondarnos la cabeza ante la posibilidad de llevar nuestro estilo de vida hasta ese punto de relación. Se trata de un texto escrito ya hace… muchos años! por lena{DR}.

Que lo disfruten!

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Eso del 24/7

por lena{DR}
escrito en julio’04

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Yo había leido muchos hermosos relatos. Los relatos y las webs eran lo único que tenía antes de que mi Señor encontrara una sala donde la gente pareciera medianamente «normal», – osea, un lugar donde pudiera confiar en que no se me lanzasen continuamente al cuello llamandome puta y exigiéndome una mamada, ni aparentaran estar tirándose de los pelos en el general, ni reinara el silencio absoluto, si no que hubiera un índice de conversación pública decente -.

Y los relatos sobre el 24/7 eran… como los contratos. Intensos, emocionantes, a veces hermosos, a veces repelentes (para mi gusto, resultaban repelentes las lecturas en las que la sumisa acababa calva, con los tendones cortados para que siempre fuera a gatas, los pechos y los labios hinchados de silicona hasta el imposible, los dientes extraidos para que sus felaciones fueran mejores,… ). Y muchas veces sonaban imposibles: ¿todos los Amos son millonarios ociosos que pueden mantener mansiones y sumisas y comprar de todo? ¿las sumisas no trabajan, ni tienen amigos, ni familia? ¿todas se han hecho la depilación laser integral para estar siempre como el culito de un bebé?¿puede alguien realmente vivir limitado sólo a determinadas estancias de la casa –y más considerando el tamaño real de los pisos-, o incluso moviéndose a cuatro patas en algunas de ellas… TODA LA VIDA? ¿Nunca hay niños de por medio? ¿Esa gente no disfruta de la amistad de personas fuera del D/s? ¿No reciben llamadas telefónicas de sus madres en los momentos más inoportunos? ¿Nunca comen una pizza y ven la tele?

Y entonces surgió una oferta laboral y la posibilidad de marchar YA junto a Él. Un mes antes ya había tenido un amago, pero se trataba de otra oferta con la cual yo habría vivido en un apartamento de mi familia, a una hora de distancia de mi Señor: habria vivido sola, no con él, aunque muy cerca, algo así como un paso intermedio. Y reconozco que me sentí aliviada cuando aquella oferta resultó no ser adecuada y pude rechazarla. Pero esta vez fue que si, y de la noche a la mañana me vi haciendo las maletas ante el disgusto y sorpresa de mis padres, y despidiéndome de todo y todos a marchas forzadas, sin tiempo apenas para pensar. Lo cual probablemente fue una bendición, porque con lo que me como yo el tarro, si llego a tener tiempo para meditaciones habría sido terrible.

De repente el 24/7 estaba a la vuelta de la esquina, y todos los relatos no servían para nada, si acaso, para llenarme la cabeza de fantasmas. La verdad es que llegué asustada, no de Él, claro, si no de la situación, del cambio, temiendo que esta nueva vida supusiera demasiado esfuerzo, que exigiera demasiado de mi, que no pudiera soportar la tensión emocional que pensaba que debía acompañar a eso de vivir 24 horas al día como lena, 24 horas al día bajo la sombra de mi Señor. Temiendo que fracasáramos y que el sueño se volviera pesadilla.

Es que no es lo mismo… Que es muy diferente cuando se acerca un encuentro de fin de semana, largamente esperado, al que te lanzas deseando vaciar todos tus deseos de entrega, sumisísima, recién depilada, con las uñas impecables, ni una cana, ropa nueva, vamos, que como te descuides hasta memorizas Historia de O y La Atadura mientras te haces un plan completo de belleza con limpieza dental incluida, tratando de llegar «perfecta» para la ocasión. ¿Cómo mantener ese chip y esa «perfección» durante toda la vida? No estaba segura de ser capaz de ser sumisa y obediente, y abandonarme entre sus manos, como dice la canción, fuera de esos paréntesis vacacionales en los que nos habíamos encontrado hasta entonces. ¿No acabaría lo cotidiano con lo extraordinario? ¿no me volvería la vida del día a día más «maruja» que sumisa? ¿no sería infeliz, sin espacios propios para respirar a espaldas de mi Señor, sin tener cosas que no le pertenecieran, sin tener mi propia vida a parte de ser suya? ¿No se sentiría él defraudado al perder la sumisa de «fin de semana» y tener que lidiar con mis rollos de persona normal en el día a día?

Y es que una cosa es lo que sabes, y otra lo que sientes, y el sentir a veces te la juega doblada cuando te quedas un ratito a solas. Tenía miedos lógicos y otros auténticamente absurdos; me he llegado a montar cada paranoia mental sobre temas tan extremamente subrealistas, que no los cuento porque me da vergüenza, incluso aunque mientras me montaba la historia que me angustiaba SABÍA que no iba a ocurrir, que Él jamás haría eso, que solo el suponer «y qué pasará si Él dice…» era sumamente injusto, pero…

Tenía miedo de que pese a las horas de conversación en el messenger, algo importante hubiera quedado pendiente. Que no compartieramos criterios sobre dónde y cuándo Él manda y dónde y cuándo no. Que pretendiera imponerme cosas que chocaran con mi vida diaria, con el trabajo, con las relaciones familiares y de amigos… Muy injusta yo… pero es que soy capricornio, muy lógica, cerebral, siempre me preocupo por las cosas que pueden llegar a ocurrir mucho antes de que ocurran. Me gustaba (¿pretérito?) tener las cosas y los sentimientos bajo control, y esto era un torbellino. No distinguía las bromas de las órdenes, estaba, pese a la felicidad de cada momento juntos, demasiado suspicaz para relajarme y disfrutar sin más, pendiente de analizar cómo era la vida juntos, de intentar adivinar cuando nos crujiría el desajuste. Me sentía tan frágil… Y sé que di algún que otro paso atrás en mi actitud, crecieron los reparos, al principio andaba como cuando prevees que te vas a caer, con las manos tendidas por delante para amortiguar el golpe. Encima enfermé, una cosa tras otra, meses sin sentirme del todo bien, hasta una sinusitis que acabó de rematarme. Bendita sinusitis: por fin me drogaron y antibiotoquearon, y se me pasaron todos los males. Y confieso que alguna vez pensé «quiero irme a mi casa, donde no me dolía nada, ni hay niños que me quiten mi cama y ningún Amo que amenace con echarme de ella». Pero se me pasaba en cuanto le veía, y eso es lo importante.

Poco a poco fui viendo que por raro que parezca, no hay una exigencia extraordinaria, que todo es normal, fluido… incluso las manías cotidianas poco convencionales. Poco a poco fui bajando los brazos y dejándome llevar de nuevo, volver a aceptar sin preguntas (bueno, de vez en cuando aún me salen reparos, pero qué le vamos a hacer… es ley de vida, soy así: cosas nuevas, reparos nuevos, ya se irán), a volver a confiar (en ello seguimos) en el «lo que Tú quieras», porque la experiencia demuestra que nada que Él quiera me va a dañar, que no quiere nada que no pueda soportar, nada que me rompa, que aunque en algún momento puede ser «un poco más allá de lo que quisiera», nunca es excesivo. Es más, si no me gusta, me convencerá con alguna extraña brujería, y al final resulta que encima va y me gusta…

Y es que al final resulta que soy lena 24 horas al día, todos los días, tanto cuando estamos con toda la parafernaria en plena sesión, juego, o como queráis llamarlo, como cuando vamos al cine o a cenar con amigos. Y que él es Él siempre, no hay un límite que marque cuando deja de mandar, manda siempre, y puede ser así, aunque suene paradójico, precisamente porque hay momentos y temas en los que sé jamás tratará de imponer esa autoridad. Por ejemplo, no impide que me exprese libremente y os suelte las superchapas que os suelto de vez en cuando. Pero ese dejarse llevar es fruto de una confianza muy fuerte, de sentirse protegida y cuidada en todo momento… no creo que sea posible ceder el control y que desaparezca (o se duerma) el miedo a perder el norte si la otra persona no consigue hacer nacer esos sentimientos de absoluta seguridad.

Obviamente, no voy desnuda ni me pongo de rodillas en presencia de mis padres, ni llevo el collar de perra para comer paella en el campo con sus hermanos, o para ir a trabajar… pero en todo momento hay detalles, como ir siempre vestida (o desvestida, según) a su gusto. Siempre hay pequeños retazos de nuestro especial vínculo flotando alrededor que me acompañan las 24 horas de los 7 días. A veces son ordenes veladas, o solicitar permiso para algunas cosas, otras es simplemente el roce de la cadena en mi tobillo, o una mirada cómplice, o unas manos indiscretas colándose por cualquier sitio en el momento más insospechado. Pero sobre todo, como habéis dicho ya… el sentimiento. Que siento cosas para las que me creía incapacitada y en intensidades que a veces me descolocan. Y sentir tanto, tan variado y tan fuerte, vale la pena.

En cuanto a la convivencia en casa… Bueno, no espero su regreso ante la puerta, de rodillas, desnuda y con el collar en la mano, porque ambos tenemos obligaciones laborales, prisa, hay que hacer la comida, preparar la cena, ir a la compra, poner la lavadora, atender al peque, pintar el salón, mantener a ralla a la colonia de pelusas recalcitrante,… ¡y dormir! Y yo no soy esclava para tareas domésticas, (soy más bien un desastre doméstico), así que ahí no hay amo ni sumisa. Aunque sí me descubro de vez en cuando ciertos toques en la postura corporal que inconscientemente «me arrodillan», y sé que no le hablo como hablo a otras personas, ni siquiera en la situación social más inocente y pública. Pero no porque esté escrito en ningún contrato, o porque sean las normas del 24/7 o ni siquiera de nuestro 24/7… es porque me sale del alma ser así cuando está Él de por medio.

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2 comentarios en «Eso del 24/7, por lena{DR}»

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