«—¿Cómo era él?
—¿Cómo decírtelo? Por fuera no entenderías. El advenimiento, el amo, mi destino. Un clamor de todo mi cuerpo y no vacilé un momento; no era decisión para pensarla. Volé a sus pies.»
«—En tu próximo error te golpearé. Reconstruirse es un duro esfuerzo; para hacerse buen pan hay que torturar la masa y sufrir el fuego… ¿Serás capaz?»
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Son muchas las obras de Jose Luis Sampedro, pero hay dos que nos son más cercanas que el resto desde la perspectiva BDSM. Una de ellas, La Vieja Sirena, porque el hecho que tratara de una esclava (del siglo III en Alejandría) que se enamora de su propietario coló a esta novela, preciosa, romántica, evocadora… pero para nada bedesemera, en las listas habituales de literatura BDSM.
La otra, El Amante Lesbiano, entró en estas listas con pleno derecho. Una lectura muy recomendable, que acompaña la entrega, dominación, los azotes, el fetichismo, la feminización y todos esos puntos tan propios de nuestro mundo, con una calidad literaria que le da mil vueltas y media a las sombras de grey y a muchos otros textos parecidos.
Con este pequeño fragmento (las frases del principio son también de la misma novela) nos despedimos hoy del maestro, aun sabiendo que no se acabará nunca de ir del todo porque sus letras permenacerán entre nosotros mucho tiempo.
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«Aprendí a dosificar los grados y modos de la humillación, de la represión, del dolor. La diferencia entre el látigo, la fusta, el martinete, el azote, el rebenque y la caña, pues cada objeto causa efectos distintos, como la tímbrica de los instrumentos musicales. Valorar las resistencias y texturas de la piel humana y sus reacciones a cada golpe: el rojo inicial bajo el azote, el verdugón morado de la fusta, la canaladura de la caña, el desgarro inmediato del látigo. Y los lugares del cuerpo, de sensibilidad tan diferente… Un campo infinito…
Pero, sobre todo, me ejercité en el dolor pues, por supuesto, primero pasé por la sumisión bajo Madame d.Honville, conociendo el potro y el azote, la colgadura y lo demás; sin esa experiencia no se concedía la homologación como dominante por los dirigentes del club.
Comprendí que el placer y el dolor están tan juntos como lo están la vida y la muerte. Aprendí también que el cerebro puede interpretar diversamente una misma sensación como placer o dolor: por eso el dolor sufrido no depende sólo de cómo nos golpea el dominante sino, sobre todo, de cómo lo recibe y acepta el sumiso, el ‘bottom’. Viví el umbral del dolor y también su frontera, donde se confunde con el placer y a partir de ahí se transforma del todo en éste: una vez más el erotismo conecta con los místicos y con los mártires, dichosos en la tortura. A veces el dolor excesivo conduce a la inconsciencia, pero también, en cambio, nos hace conscientes, en nuestro cuerpo, de áreas, fibras y músculos que habitualmente ignoramos. Conocí, en fin, el dolor como puerta de acceso a una experiencia física y como meta de llegada a otra experiencia más alta: enamorada. Porque la relación amorosa entre dominante y dominado, cualesquiera que sean sus sexos, llega a su hondura hasta la unidad de ambos celebrantes, allí donde el sumiso es tan dueño como el amo y éste es un servidor de aquél.
—Me cuesta trabajo entenderlo; perdóname.
—No eres masoquista y no has hecho la experiencia. Pero asomarse a ese cielo abismal, y no a tus amas mercantiles vendiendo un simulacro, es otra de las exaltaciones humanas, como la del poder máximo, la del arte supremo, la del descubrimiento científico y, desde luego, la del amor. La sumisión es reducirse a la voluntad del dominante; anonadarse para ser lo que quiera y como nos quiera nuestro dueño. Y si éste nos somete al dolor, entonces el látigo es un cable comunicante: su chasquido en la piel receptora repercute en el brazo hiriente, que así se entrega al sumiso… Dar y recibir, ese goce completo de la vida, se cumple a la vez en ambos.»
Jose Luis Sampedro, «El Amante Lesbiano»
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