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El rumor del río cercano y las voces de los niños que jugaban lejos y que el aire de la tarde traía hasta mí me adormecían. Empujada por ese mismo aire, la luz bailaba con la sombra de las ramas un swing descarado, que me pintaba los parpados entornados de destellos excitantes y oscuridades tranquilas.
Me estiré sobre mi manta perezosa. Acunándome en tu ausencia.
El sol me llegaba al vientre.
Te soñé sin enhebrar los sueños, sintiendo que eran tus dedos, y no los del sol y los del aire los que me tocaban. Noté tu tacto suave y posesivo en mi piel, acariciando la planta de mi pie, rodeando el tobillo, subiendo desde mi empeine, quemando la curva de mi rodilla, dibujándome los muslos. Acariciaste palmo a palmo la seda de la media que no llevaba. Resbalaste interminablemente en las aguas de su negro tornasolado. Hilo a hilo, puntada a puntada, escalaste el horizontal perfil de la extremidad que te esperaba. Más arriba, jugaste un momento con el inexistente borde de encaje, donde la seda y la carne no se juntaban, y seguiste ascendiendo, posando tus manos sobre el fantasma de las tiras del liguero. Acomodaste el hueco de tu palma a mi sexo desnudo,…
Las voces se acercaban y me obligué a despertar.
Con una aguja de pino, pinté para ese Tú que no estaba la raya de una costura sobre mi pierna.
lena{DR}
(agosto 2003)
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