De dragones va la cosa.

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«Es muy tú»…

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Es muy yo.

Y hay que remontarse para entender de dónde viene ese «es muy tú».

Remontémonos.

Qué frío hacía…

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Esta entrada no va a quedar muy bedesemera. Pero va a ser, así a lo tonto, muy yo. Más que por íntimo, que tampoco es que sea un asunto muy privado… por lo constante de esta sombra; presente siempre en todas las cosas que soñé, acompañándome en las noches sin dormir, corrigiéndome los versos que enseñé y dictándome cada frase que escondí. Detrás de Fito había un niño, y detrás mío siempre hubo una sombra alada.

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Esta historia empezó mucho antes de que Él me lo ocupara todo. Antes del BDSM, antes de AmoDragón, antes de este blog…

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En cierta ocasión disfruté de una amena clase en 6º de EGB (creo que era de mates, pero podría ser de cualquier otra asignatura aburrida) de la que no me enteré de nada. La pasé haciendo un elaborado dibujo a lapicero que ocupó casi toda la mitad derecha de mi pupitre. Tan chulo quedó, aunque no esté bien que yo lo diga, que las señoras de la limpieza lo respetaron durante un par de semanas, hasta que una monja me ordenó borrarlo a golpe de goma (Milán, claro). El dibujo era de un dragón..

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En mi carpeta del instituto, entre retratos de James Dean y de la portada de «Gente Impresentable» de Celtas Cortos  hechos a boli, poesías cursis (pero mías), dedicatorias de amigos escritas en plena borrachera y postales de Elvis en blanco y negro, había un dragón decorando la solapa. Guardián de mis adolescencias. Aún la conservo. En la premura de la mudanza acabó en una caja de plástico con bolsos y calzado.

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Al vaciar estos días atrás la casa donde viví con mi Señor, recogí una caja de libros que me acompañaron en su día de Valladolid a Alicante y ahora duermen en una caseta de better, esperando reubicación. Se los ha pedido mi hermano el de Valencia, o quizás los herede mi sobrino… La caja está rotulada como «dragones». (En realidad «dragones, vampiros y manta blandita»). Tropecientos libros de la Dragonlance, trilogía tras trilogía, junto con otros de temática similar, en los que invertí mil propinas y regalos de cumpleaños y Navidades. Sin contar los que no llevé a Alicante. Y sin contar tampoco las historias de dragones que yo misma escribí e ilustré durante aquellas décadas de colegios e institutos y que no sobrevivieron al paso de los años y mis tormentas cíclicas autodestructivas.

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Mi primer coche fue un super5 rojo (no sé por qué le llamábamos «el pitufo», si era rojo) de segunda mano, con el que recorrí sola y con amigos media España y parte de Portugal. Me encantaba. Sin aire acondicionado ni dirección asistida… Pero con una figurita de los Blues Brothers (every body, needs sombody…) que yo había pegado sobre el espejo retrovisor y otra de un dragoncito saliendo de su huevo en el salpicadero.

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Esa figura también está en alguna caja, junto con una cajita de escayola con forma de dragón sobre una roca, que me regalaron mis amigos en mis años universitarios y que usaba como joyero de minudencias (básicamente pendientes). Estas sí sobrevivieron al tiempo, aunque al dragón de la cajita tuve q apañarle en cierta ocasión un ala con ayuda de loctite (cosas q pasan cuando tu Señor tiene un niño pequeño).

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Niño que, por cierto, me gané la primera noche que pasamos juntos haciéndole un dragón de plastilina.

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Por estas y otras mil cosas similares, cuando hace dos eneros me fui a comer con unas amigas a Zamora (pedazo de helada) y volví con un dragón tatuado en el cuello mi familia dijo «es muy tú», ajena por completo a que el que había sido durante 16 años mi pareja (y Amo, pero claro…) tuviera nada que ver con el asunto.

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Quizás tiene algo de simbólico la escarcha cubriendo el mundo aquel día.

Un frío infinito que todo lo silenciaba y amortiguaba las voces amigas que me acompañaban: como estaba yo entonces.

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Y es que por algo en mayo, mientras mi padre se esforzaba por salir de la REA, mi hermano (el de Valencia de los libros, que estaba como yo por entonces en Valladolid pasando la crisis familiar) compró en un antojo dos puzzles con los que ocuparnos la mente y escogió para mí la ilustración de un dragón.

Era una elección tan obvia….

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Y ahora resulta que me he tropezado con otro dragón que por de pronto, y pese a mi mucha desgana inicial (más que desgana, absoluto rechazo visceral. Es que caray… ¿no hay más nicks?), ha hecho que este retorno obligado a Valladolid haya resultado mucho más interesante y positivo de lo que esperaba (que la verdad, lo esperaba árido y bastante deprimente).

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A ver si va a ser esto algún tipo de fetichismo latente.

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O es que el destino tiene un sentido del humor de dudoso gusto y me marcó al nacer la vida con lenguetazos ígneos y colas de reptil.

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A la espera de más coincidencias draconianas. Seguiré retransmitiendo.

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